sábado, 29 de septiembre de 2012

ELENA G. DE WHITE

Mi Historia II parte.

Mientras estaba arrodillada y oraba con otras personas que también buscaban al Señor, decía yo en mi corazón: "¡Ayúdame, Jesús! ¡Sálvame o pereceré! No cesaré de implorarte hasta que oigas mi oración y reciba yo el perdón de mis pecados". Sentía entonces como nunca mi condición necesitada e indefensa.
Arrodillada todavía en oración, mi carga me abandonó repentinamente y se me alivió el corazón. Al principio me sobrecogió un sentimiento de alarma, y quise reasumir mi carga de angustia. No me parecía tener derecho a sentirme alegre y feliz. Pero Jesús parecía estar muy cerca de mí, y me sentí capaz de allegarme a él con todas mis pesadumbres, infortunios y tribulaciones, en la misma forma como los necesitados, cuando él estaba en la tierra, se allegaban a él en busca de consuelo. Tenía yo la seguridad de que Jesús comprendía mis tribulaciones y se compadecía de mí. Nunca olvidaré aquella preciosa seguridad de la ternura compasiva de Jesús hacia un ser como yo, tan indigno de su consideración. Durante aquel corto tiempo que pasé arrodillada con los que oraban, aprendí mucho más acerca del carácter de Jesús que cuanto hasta entonces había aprendido.
Una de las madres en Israel se acercó a mí diciendo: "Querida hija mía, ¿has encontrado a Jesús?" Yo iba a responderle que sí, cuando ella exclamó: "¡Verdaderamente lo has hallado¡ Su paz está contigo. Lo veo en tu semblante".
Repetidas veces me decía yo a mí misma: "¿Puede ser esto la religión? ¿No estoy equivocada?" Me parecía pretender demasiado, un privilegio demasiado exaltado. Aunque muy tímida como para confesarlo abiertamente, yo sentía que el Salvador me había otorgado su bendición y el perdón de mis pecados.
"En novedad de vida"
Poco después terminó el congreso metodista y nos volvimos a casa. Mi mente estaba repleta de los sermones, exhortaciones y oraciones que habíamos oído. Durante la mayor parte de los días en que se celebró la asamblea, el tiempo estaba nublado y lluvioso, y mis sentimientos armonizaban con el ambiente climático. Pero luego el sol se puso a brillar esplendorosamente y a inundar la tierra con su luz y calor. Los árboles, las plantas y la hierba reverdecían lozanos y el firmamento era de un intenso azul. La tierra parecía sonreír bajo la paz de Dios. Así también los rayos del Sol de justicia habían penetrado las nubes y las tinieblas de mi mente y habían disipado su melancolía.
Me parecía que todos debían estar en paz con Dios y animados de su Espíritu. Todo cuanto miraban mis ojos me parecía cambiado. Los árboles eran más hermosos y las aves cantaban más melodiosamente que antes, como si alabasen al Creador con su canto. Yo no quería decir nada, temerosa de que aquella felicidad se desvaneciera y perdiera la valiosísima prueba de que Jesús me amaba.
La vida tenía un aspecto distinto para mí. Veía las aflicciones que habían entenebrecido mi niñez como muestras de misericordia para mi bien, a fin de que, apartando mi corazón del mundo y de sus engañosos placeres, me inclinase hacia las perdurables atracciones del cielo.

Poco después de regresar del congreso, fui recibida, juntamente con otras personas, en la Iglesia Metodista para el período de prueba. Me preocupaba mucho el asunto del bautismo. Aunque joven, no me era posible ver que las Escrituras autorizasen otra manera de bautizar que la inmersión. Algunas de mis hermanas metodistas trataron en vano de convencerme de que el bautismo por aspersión era también bíblico. El pastor metodista consintió en bautizar a los candidatos por inmersión si ellos a conciencia preferían ese método, aunque señaló que el método por aspersión sería igualmente aceptable para Dios.
Llegó por fin el día de recibir este solemne rito. Éramos doce catecúmenos, y fuimos al mar para que nos bautizaran. Soplaba un fuerte viento y las encrespada olas barrían la playa; pero cuando cargué esta pesada cruz, mi paz fue como un río. Al salir del agua me sentí casi sin fuerzas propias, porque el poder del Señor se asentó sobre mí. Sentí que desde aquel momento ya no era de este mundo, sino que, del líquido sepulcro, había resucitado a nueva vida. Aquel mismo día por la tarde fui admitida formalmente en el seno de la Iglesia Metodista.


NOTAS BIOGRÁFICAS DE ELENA G. DE WHITE
Narración autobiográfica hasta 1881 y resumen de su vida posterior basado en fuentes originales.

2 comentarios:

  1. Está muy interesante tu blog, muchas bendiciones. Tu hermana de la iglesia de arroyo Hondo :)

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  2. Muchas GRacias Johanny espero que asi como nosotras lo disfrutamos podamos compartirlo para que otros lo disfruten tambien!! que pases un resto de feliz semana!

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