LAS GENERACIONES UNIDAS
El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí. 1 Sam. 3:
1.
Aunque era muy joven cuando se le trajo a servir en el
tabernáculo, Samuel tenía ya entonces algunos deberes que cumplir en el
servicio de Dios, según su capacidad. Eran al principio muy humildes, y no
siempre agradables; pero los desempeñaba lo mejor que podía, con corazón
dispuesto...
Si se les enseñara a los niños a considerar el humilde ciclo de
deberes diarios como la conducta que el Señor les ha trazado, como una escuela
en la cual han de prepararse para prestar un servicio fiel y eficiente, ¡cuánto
más agradable y honorable les parecería su trabajo! El cumplimiento de todo
deber como para el Señor, rodea de un encanto especial aun los menesteres más
humildes, y vincula a los que trabajan en la tierra con los seres santos que
hacen la voluntad de Dios en el cielo.
La vida de Samuel desde su temprana niñez había sido una vida de
piedad y devoción. Había sido puesto bajo el cuidado de Elí en su juventud, y
la amabilidad de su carácter le granjeó el cálido afecto del anciano sacerdote.
Era bondadoso, generoso, diligente, obediente y respetuoso. El contraste entre
la vida del joven Samuel y la de los hijos del sacerdote era muy marcado, y Elí
hallaba reposo, consuelo y bendición en la presencia de su pupilo. Era cosa
singular que entre el principal magistrado de la nación y un simple niño
existiera tan cálido afecto. Samuel era servicial y afectuoso, y ningún padre
amó alguna vez a su hijo más tiernamente que Elí a ese joven. A medida que los
achaques de la vejez le sobrevenían a Elí, sentía más profundamente la conducta
desanimadora, temeraria, licenciosa de sus propios hijos, y buscaba consuelo y
sostén en Samuel.
Cuán conmovedor es ver a la juventud y la vejez confiando la una
en la otra, a los jóvenes buscando consejo y sabiduría en los ancianos, a los
ancianos buscando ayuda y simpatía en los jóvenes. Así debiera ser. Dios
quisiera que los jóvenes poseyesen tales cualidades de carácter, que
encontraran deleite en la amistad de los ancianos, para que puedan estar unidos
por los fuertes lazos del cariño con aquellos que se están aproximando a los
bordes del sepulcro.
Tomado de: Dios nos cuida
Por: Elena G. de White.